2020 vino
después de 2019. No sé lo que vendrá después.
El “2020” al
que me refiero no tiene 365 días, y no porque sea año bisiesto, sino por ser un
año siniestro, un cuento todavía sin contar, un año dañado.
2020, más
que año es daño. Más que fecha, es ficha de la historia, y como bien saben los
jugadores de manos y barajas: carta sobre la mesa, pesa. No es posible
rectificar ni dar vuelta atrás. He aquí la presión del presente y el peso del
pasado. Lo hecho, hecho está… para durar.
El daño que
nos duele en 2020 proviene de lesiones y erosiones, carcomas y llagas, abscesos
y excesos, producidos desde mucho tiempo atrás. De modo semejante a esas
enfermedades que se manifiestan hoy, pero tienen su origen en el ayer.
Igual que la
afección va incubándose a lo largo de los años hasta que rompiendo la cáscara
sale el bicho. 2020, la serpiente ha salido, finalmente, del huevo y repta. El efecto 2020.
La humanidad
ha convivido en todo momento con gérmenes y gentes, ponzoñas y especies de
todas clases. Sobrevivirá a ellas o perecerá. O se inmuniza o se despreocupa de
los síntomas, haciendo como si no existieran ni le inquieten. La humanidad ha
sobrevivido a virus varios, pero el virus dominante, el Virus por antonomasia
en 2020, no es un virus cualquiera ni un virus más. Es el virus madre… de todas
las batallas, virus transmutado en fenómeno viral, un misil –si me es permitido
el símil– transfigurado en manifestación patógena de masas desesperadas por
controlarlo, siendo, desde el primer momento, por el superlativo Virus
controladas. 2020: el año del Gran Engaño.
Al querer
matar al arácnido, el incauto cayó en la tela de araña. Al querer atrapar la
piraña, el pescador pescado cayó prendido en la Red.
2020, el año
del daño, ha sido año de rebaño, encerrado el ganado en el cercado. Las reses
han sido marcadas en el hocico, para que no hablen de más. Aunque sí pueden
masticar y deglutir alimentos. Y así, masca que te masca, ven la vida pasar en
un suspiro, que es el morir.
En esta
granja sin rebelión, los residentes se sienten protegidos y vigilados, y, en el
colmo de la perversión lingüística y moral, se llaman a sí mismos “resilientes”.
Una legión de veterinarios, a la sazón adiestrados para la ocasión, cuida de su
salud: les toma la temperatura e inspecciona la dentadura. Cuando toca, vacuna,
marcan a la res extensa. No se queja. Porque, después de todo, está agradecido
por la deferencia, que es dependencia.
2020:
¿quieres saber el futuro? Tú no tienes futuro. Sólo repetición. Porque a partir
de ahora todos los años serán el mismo.
*
Extracto del artículo 2020 publicado en el número de otoño de 2020 en la revista
El Catoblepas
No hay comentarios:
Publicar un comentario