jueves, 31 de diciembre de 2020

DAÑO 2020

 

2020 vino después de 2019. No sé lo que vendrá después.

El “2020” al que me refiero no tiene 365 días, y no porque sea año bisiesto, sino por ser un año siniestro, un cuento todavía sin contar, un año dañado.

2020, más que año es daño. Más que fecha, es ficha de la historia, y como bien saben los jugadores de manos y barajas: carta sobre la mesa, pesa. No es posible rectificar ni dar vuelta atrás. He aquí la presión del presente y el peso del pasado. Lo hecho, hecho está… para durar.

El daño que nos duele en 2020 proviene de lesiones y erosiones, carcomas y llagas, abscesos y excesos, producidos desde mucho tiempo atrás. De modo semejante a esas enfermedades que se manifiestan hoy, pero tienen su origen en el ayer.

Igual que la afección va incubándose a lo largo de los años hasta que rompiendo la cáscara sale el bicho. 2020, la serpiente ha salido, finalmente, del huevo y repta. El efecto 2020.

La humanidad ha convivido en todo momento con gérmenes y gentes, ponzoñas y especies de todas clases. Sobrevivirá a ellas o perecerá. O se inmuniza o se despreocupa de los síntomas, haciendo como si no existieran ni le inquieten. La humanidad ha sobrevivido a virus varios, pero el virus dominante, el Virus por antonomasia en 2020, no es un virus cualquiera ni un virus más. Es el virus madre… de todas las batallas, virus transmutado en fenómeno viral, un misil –si me es permitido el símil– transfigurado en manifestación patógena de masas desesperadas por controlarlo, siendo, desde el primer momento, por el superlativo Virus controladas. 2020: el año del Gran Engaño.

Al querer matar al arácnido, el incauto cayó en la tela de araña. Al querer atrapar la piraña, el pescador pescado cayó prendido en la Red.

2020, el año del daño, ha sido año de rebaño, encerrado el ganado en el cercado. Las reses han sido marcadas en el hocico, para que no hablen de más. Aunque sí pueden masticar y deglutir alimentos. Y así, masca que te masca, ven la vida pasar en un suspiro, que es el morir.

En esta granja sin rebelión, los residentes se sienten protegidos y vigilados, y, en el colmo de la perversión lingüística y moral, se llaman a sí mismos “resilientes”. Una legión de veterinarios, a la sazón adiestrados para la ocasión, cuida de su salud: les toma la temperatura e inspecciona la dentadura. Cuando toca, vacuna, marcan a la res extensa. No se queja. Porque, después de todo, está agradecido por la deferencia, que es dependencia.

2020: ¿quieres saber el futuro? Tú no tienes futuro. Sólo repetición. Porque a partir de ahora todos los años serán el mismo.


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Extracto del artículo 2020 publicado en el número de otoño de 2020 en la revista 

El Catoblepas

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