viernes, 12 de agosto de 2011

¿SUEÑA TODAVÍA LA IZQUIERDA POLÍTICA ESPAÑOLA CON LA REVOLUCIÓN?



¿Quién ha dicho que España no es diferente? A diferencia de las movilizaciones, disturbios, revueltas, manifestaciones y otras movidas, protagonizadas por grupos, más o menos numerosos, que sacuden las calles de las ciudades europeas en estos últimos tiempos, la agitación practicada en España tiene un carácter propio: antisistema y revolucionario.

Aquí no hay protestas por lo caro que está el pescado: aquí se toma la sopa boba. Ni quejas por no tener trabajo: trabajar, según el pensamiento único progresista y sindical, significa ser explotado por el patrono. Ni cabreo por el  gasto y despilfarro de las administraciones públicas: piensa el pillo que alguna tajada sacará de esa sandía abierta en canal que es España. Mas sépase que de la rajada sandía  sale fácil una sangría

Aquí las voces en la calle claman contra el sistema capitalista, que es muy malo y muy salvaje. No piden adelanto electoral ni cambio de Gobierno. Exigen acabar con los empresarios, y quedarse con todo el poder, para el pueblo, para las masas, para ellos. Como en los viejos tiempos.


En España, para empezar, a los revoltosos y los alborotadores se les denomina «indignados», reconociéndoles así una parte de «razón», o mucha. «¡Hay motivo!», ¿recuerdan el eslogan? Se les excusa, en suma, su proceder levantisco, coactivo y violento. Actúan, dicen, por un objetivo justo y razonable. En el fondo, tienen buena intención, o sea.

La mayor parte de la prensa y las televisiones aplica el calificativo «indignados» a todo aquel que sale a la calle, fuera o dentro de España, y no precisamente a trabajar (papá, yo quiero una subvención), a dar un paseo (los indignados no pasean, saltan) ni de compras (en cualquier caso, van de saqueo). Pocos españoles reconocen no sentir simpatía por el ideal de estos pobres chicos... Al menos el que les movía al principio, cuando nació lo que se ha dado en llamar «movimiento 15-M». Tal cosa puntualizan las almas cándidas, que no quieren pasar por reaccionarias.

 Y es que en el Reino de España, hay algo que desde el primer Soberano hasta el último soberanista periférico, temen más que el equipo de fútbol de sus sueños baje de categoría: ser tildado de «facha». En los viejos tiempos, el gran pecado era mentar a la madre. Pero en estos días de laicismo y crisis familiar, ha ido cumpliéndose el vaticinio antivaticanista del antiguo líder socialista Alfonso Guerra: con los socialistas en el poder, a España no la va conocer ni la madre que la parió. Con la socialización de los valores, la madre está en boca de todos. Y nada sagrado se respeta. Ni al padre ni a la madre ni al Santo Padre. Aunque venga de visita. ¿Será porque el Papa también es un «facha» por lo que la UGT monta una huelga de metro para boicotear su estancia entre nosotros?


Con el socialismo en España llegó el cambio. Todo ha cambiado, en efecto. Todo, menos los propios socialistas. La tendencia nativa insurrecccional de la izquierda ha quedado más que confirmada con la etapa Zapatero, el nieto del capitán Lozano. Y no quiero ni pensar lo que pueda ocurrir con una victoria electoral del equipo socialista de repuesto. 

De momento, aquí manda Rubalcaba, ese Fouché pasado de revoluciones, quien, siendo Ministro del Interior, no se frenó a la hora de marcar límites de velocidad al automovilista español. También manda mucho la jefa de campaña socialista Elena Valenciano, ese samovar post-soviético con alma de Pasionaria que mantiene viva en el cuerpo la llama de la revolución.



No sé si la izquierda política española está delante de los «indignados».  Pero, ¿quién negará que está detrás? Socialistas y comunistas cortejan a los del 15-M porque está próximo el 20-N. ¿Quieren sus votos? No, anhelan otra cosa. ¿Qué cosa?

¿Sueña todavía la izquierda española con la revolución?



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