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¿De qué manera articular e impulsar una idea de justicia mundial? Esta cuestión preocupa mucho en Occidente. No tanto en el resto del mundo. De Occidente brotan la mayoría de las invitaciones, de los ofrecimientos en esta dirección, no siempre agradecidos ni correspondidos. Es, por ejemplo, estímulo de gran categoría intelectual el formulado por el filósofo norteamericano John Rawls en su trabajo Law of people (El derecho de gentes), una sólida propuesta de encuentro entre el modelo liberal y los patrones no liberales de sociedad política, al objeto de asegurar un proyecto de convivencia y estabilidad mundiales desde el presupuesto de la constitución y sostenimiento de «sociedades bien ordenadas» (sociedades pacíficas y no expansionistas).
Según Rawls, para lograr un paisaje mundial de justicia, y unas relaciones mundiales de justicia, no es lícito imponer ningún modelo único por la fuerza, a la sombra de una sola ideología dominadora. Aunque ello no suponga sucumbir a las tesis suicidas del multiculturalismo y el relativismo. Pues una condición elemental de entendimiento internacional es que sea exigido a todos los países el cumplimiento de unos principios básicos, sin los cuales el acuerdo no sería posible, por no ajustarse sus actuaciones a las condiciones que garanticen el ejercicio de la libertad y los derechos humanos fundamentales.
He aquí dos postulados, centrales y factuales de las sociedades liberales —Estado de derecho y respeto a los derechos humanos— que buscan la convergencia con el resto del mundo, desde luego, con una actitud de diálogo efectivo, no retórico. Contra la moda «dialógica» de los últimos tiempos, el valor formal del diálogo no puede imponerse sobre los bienes materiales de la democracia efectiva ni las conquistas en libertades individuales.
Comoquiera que lo cortés no quita lo valiente, es posible combinar el trato con los países del resto del mundo con la declaración de orgullo por ser lo que somos (lo que hemos llegado a ser) y defender lo que defendemos (lo que queremos seguir siendo):
«La afirmación de la superioridad de una particular doctrina comprehensiva —declara Rawls— es enteramente compatible con la afirmación de una concepción política de la justicia que no impone aquella doctrina y, por tanto, con el liberalismo mismo.» (El derecho de gentes)
La bruta negación o la enmienda avispada de esta declaración no serían en estos momentos de crisis en que vivimos una muestra de prudencia política sino de cinismo bárbaro. Y recuérdese que ya nos advirtió José Ortega y Gasset de la concurrencia de epidemias morales en tiempos difíciles: «Es curioso que toda crisis se inicia con una etapa de cinismo.» (En torno a Galileo).
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