jueves, 19 de enero de 2012

EN EL HOTEL METROPOLE (BRUSELAS). Y 3

«DEPREDADORES  Y CLEPTÓMANOS
Como en todos los hoteles del mundo, el Metropole debía hacer frente al cliente depredador. Se habían habituado, más o menos, a la desaparición de los albornoces, de los ceniceros, cucharillas, mandos a distancia de la tele, perchas, tiradores de puertas, secadores de pelo y hasta lámparas, y de algunos otros objetos. Que se lleven los ceniceros representa poca pérdida. En cierto modo, es una forma de publicidad indirec­ta. La desaparición de los albornoces es más gravosa. Los di­rectores de hotel se reúnen de vez en cuando para hablar de estas cosas. En una de ellas se decidió retirar el logotipo del hotel de los albornoces, lo que devalúa el producto al desapa­recer el símbolo. El resultado fue que descendió el número de los albornoces, toallas o sábanas robadas o hurtadas. Los al­bornoces resultan tentadores para el cliente. Nunca los he to­cado porque al llegar a la habitación se lee la advertencia. Di­cho con más o menos eufemismos: no se lo lleven, y si se lo llevan paguen. Me llevé un par de ceniceros del Inter de Te­herán porque estaba seguro de que cambiarían el nombre del hotel en cuanto llegara Jomeini. 


En el Metropole de Bruselas un cliente mexicano se llevó no el albornoz sino el espejo del baño. Se encaprichó con él y a la maleta. Era una situación delicada: el mexicano se había pasado toda la noche desatornillando el espejo, que no era fá­cil de arrancar. La dirección parecía dispuesta, una vez descu­bierto el hurto, a evitar el escándalo pero también a recuperar el valioso espejo. Cuando la doncella informó a recepción que se había producido el robo el encargado de guardar las maletas hasta la salida del taxi que le trasladaría al aeropuerto estu­vo atento a la faena. En cuanto el cliente depositó sus maletas, el empleado cerró la puerta con llave, las revisó una por una y dio con el espejo. Lo retiró con cuidado y dejó el resto tal co­mo estaba. Al abrir las maletas en su casa en México el espabilado cliente descubrió que habían sido más listos que él. Hay fórmulas en los hoteles para evitar el embarazoso momento en que se le comunica al huésped que debe devolver algo que se ha llevado, después de pagar altos precios por los servicios recibidos. Se usan "frases acomodaticias": "Se ha mezclado el albornoz con su ropa", "no tenía ninguna intención de llevár­selo, ya lo comprendemos, no había usted caído en la cuenta", etcétera. 
 
Einstein se portó bien, no se llevó nada del Metropole, lo mismo que madame Curie. En cambio, Chaliapine, el bajo ru­so, bebía mucho y su mujer le prohibió que tocara el alcohol. Pero el héroe de óperas como Borís Godunov o Iván el Terrible se las arreglaba para movilizar a su favor, y al de su vicio, a porteros, botones, conserjes, camareros, de modo que sin sa­berlo su esposa-comisaria tenía a su alcance lo necesario para no caer en el síndrome de abstinencia alcohólica. En cambio, Pau Casals ensayaba con su violonchelo en el Metropole, sin copas ni otras ayudas. Tan sólo necesitaba inspiración y ésa le llegaba a raudales al músico catalán, que se negó a tocar en la Alemania de Hitler y en la España de Franco


En la obra de Vicki Baum Gran Hotel no podía faltar el ladrón de joyas. Los clientes de posibles prefieren la seguri­dad de un hotel a otras concesiones, a la botella de champaña o el ramo de flores en el cuarto. Los' hoteles nos abruman con sus advertencias: "No nos hacemos responsables del dinero o de las joyas que no hayan depositado en la caja de seguridad, en nuestra caja fuerte". Ni así está el cliente a salvo de los ro­bos.»


Manuel Leguineche, Hotel Nirvana. La vuelta a Europa por los hoteles míticos y sus historias 

Muchos de los más antiguos y venerables hoteles del mundo, de los hoteles con historias que contar, que todavía hoy siguen abiertos, han sufrido una severa mengua en el tamaño de las habitaciones, un deterioro en las instalaciones básicas y un servicio menos… ceremonioso. Sin embargo, en la mayor parte de ellos nos queda el café, el bar del hotel. Un lugar de estancia placentera, un refugio para la ensoñación de los tiempos pasados y viejo esplendor. En estos espacios da la impresión de que el tiempo se ha detenido. El café del hotel Metropole en Bruselas es una de esas reservas de la memoria, que hay que tener muy presente...

2 comentarios:

  1. ¿En el caso de que Pau Casals hubiera pimplado sería el "músico español" en lugar del "músico catalán"?

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    1. Pues, no es mala pregunta. Habría que trasladársela a Manuel Leguineche, autor del texto que aquí reproduzco. Sea como sea, tampoco es ajena la Bélgica de hoy al etiquetaje localista, ay. Así les va...

      Saludos y felices viajes

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