José María Eça de Queirós, Desde París (crónicas y ensayos 1893-1897), traducción de Javier Coca y Raquel R. Aguilera, Acantilado, Madrid, 2010, 224 páginas
José María Eça de Queirós (Póvoa de Varzim, 1845-París, 1900) es escritor y diplomático. De su obra, publicada en español, cabe destacar los siguientes títulos: El misterio de la carretera de Sintra (1999), El crimen del Padre Amaro (1875), El primo Basilio (1876), El mandarín 2007), Los Maya (1888), La reliquia (2004), Ecos de París (2004), Cartas de Inglaterra (2005), La capital (2008), Las rosas (2010). Tras concluir los estudios universitarios en la facultad de Derecho de Coimbra, inicia la carrera diplomática en 1872, lo cual le lleva a residir en Cuba e Inglaterra, hasta ser, finalmente, nombrado cónsul de Portugal en París en 1889, ciudad en la que permanece hasta su muerte.
Aunque la obra literaria más conocida del autor portugués remite al género de la novela —de marcado tinte realista, para más señas—, Queirós practica el periodismo desde sus años de estudiante universitario, colaborando en importantes periódicos portugueses. Justamente, buena parte de dicha actividad como corresponsal literario en París del diario Gazeta de Noticias de Río de Janeiro (Brasil) es la que queda recogida en el volumen que ahora merece nuestra atención. Los quince textos aquí recogidos muestran a las claras la soberbia y elegante prosa del autor en su vertiente de ensayista y cronista periodístico.
«La crónica es la conversación íntima, indolente y deslavazada, del periódico con sus lectores. Cuenta mil cosas sin nexo y sin sistema, se desparrama libremente por la naturaleza, por la vida, por la literatura, por la ciudad. Habla de las fiestas, de los teatros, de los atuendos… Habla de todo en voz baja, como en una velada al calor de la lumbre; o como en el verano, en el campo, cuando el cielo está triste».
Si lo más comprometido y arduo en la narrativa consiste en combinar felizmente comicidad y tragedia, sonrisas y lágrimas, emotividad y meditación, la verdadera prueba de fuego en la crónica ensayística (reflexiones variadas a partir de noticias de prensa o viajes) está en saber garantizar venturosamente el encuentro en el texto de intimidad (la subjetividad del escritor y la proximidad con el lector) y publicidad (la objetividad circundante). Sea por medio de la gacetilla, el reportaje, el suelto de diario, la columna de opinión, sea en el ensayo propiamente dicho (el volumen divide los escritos de Queirós en estas dos categorías: «Cartas familiares» y «Billetes»), el cronista tiene ante sí el reto intelectual de transmitir al lector las impresiones personales de circunstancias y acontecimientos públicos que están a la vista de todos, de unos hechos, en fin, que las noticias consignan en breve y que la mayoría del público suele olvidar de largo a poco de tener lugar. Calificamos de satisfactorio un resultado —la crónica perfecta— cuando ha sido posible inmortalizar lo circunstancial y perpetuar lo actual, todo ello merced a la aguda capacidad de observación que encuentra ágil vía de expresión en la evocadora escritura.
Información y reflexión, opinión y discernimiento, sentido del humor y crítica social o costumbrista, son las claves de una buena crónica, como las compuestas por Eça de Queirós desde París, no importa demasiado que tengan por argumento o pretexto las hazañas de Juana de Arco; las diferencias culturales entre chinos y japoneses o entre las fiestas rusas y las francesas; el clima y su influencia en el carácter de las personas y los pueblos; la «doctrina Monroe» americana y el nativismo chino; o el impacto de las catástrofes naturales en las emociones humanas. Sobre estos asuntos y otros más, distantes y próximos, de más allá y de más acá, diserta Eça de Queirós procurando que el lector carioca, que el lector de cualquier lugar, vibre con las percepciones de un escritor portugués radicado en París que habla de todo un poco; de un cronista, hombre de su tiempo, escribiendo desde París, pero tan universal, cosmopolita y enciclopédico, como clásico e intemporal.
Citemos, para acabar, otra muestra de la agudeza y sorna de Queirós en la que describe el temple republicano francés a propósito de la visita a la villa del Sena en 1896 del zar de todas las Rusias, a menos de un siglo de haber decapitado a Luis XVI: «Esta ciudad de París, incorregible destructora de sus propios tronos, empezó por mostrarse maravillosamente respetuosa con los tronos ajenos.» (pág. 171).
Es justo constatar, asimismo, el pulcro cometido de los traductores de la presente edición, que permite apreciar en su máxima expresión el estilo irónico y penetrante de Queirós. Pero que también sabe ponerse serio y trascendente cuando la ocasión lo exige. Meritoria, en suma, la labor de Acantilado, empeñada y esforzada en seguir acercando al lector en español buena parte de la valiosa obra de Eça de Queirós, a través de la exquisita colección de obras selectas que lleva a cabo.
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