viernes, 4 de marzo de 2011

UN ZAPATERO DE OPERETA


El primer problema de España es, sin lugar a dudas, Zapatero. La salida de la recesión económica, la normalidad democrática, así como la estabilidad institucional y constitucional de la Nación, pasan irremisiblemente por el cese o dimisión del presidente del Ejecutivo socialista. Acaso también por la convocatoria inmediata de elecciones generales. A esperar, pues. Pero, ¿cuál es el problema de Zapatero? Un problema de género… O para ser más precisos: que no respeta los géneros.
Zapatero es un feminista confeso, un Robin Hood de las mujeres en toda regla, lo no impide que se sienta muy próximo al movimiento gay.  Es promotor, al mismo tiempo, de la ley de aborto «libre» —agresiva para la mujer— y la ley de «matrimonio homosexual» — constitutiva, más allá de otras consideraciones, del delito de lesa contradicción en los términos—. Nadie diría, sin embargo, que se le vea incómodo instalado en la mixtura y el totum revolutum. Sino todo lo contrario. Bajo su égida, a la violencia doméstica, la llamaron, inicialmente, «violencia de género». Pero, no contentos con el primer travestido nominal, se consumó después otro cambio: de «género» a «machista». Círculo cerrado. Caso abierto.
Personaje postmoderno y progresista a rabiar, el todavía Presidente vive al margen de las convenciones establecidas, los límites y las formalidades. Su reino no es España, ni de este mundo, pues él luce alma laicista y republicana. Además, ha sido iniciado en el situacionismo. El fruto es un cruce doctrinal de los años 30 y los años 60 del siglo pasado: he aquí la noción de Progreso de la que ZP hace gala. Creador de situaciones, por excelencia, el aún Presidente tiene bien probada la condición de maestro del Detournement. O por decirlo en la versión española más suave: es diestro en el arte de la tergiversación y la desviación
En el país de las maravillas de Zapatero, sencillamente, nada es lo que parece, porque todo vale y todo es posible en la sociedad del espectáculo (Guy Debord). Del desvío situacionista, pasa sin remedio al temible desvarío: cree, por ejemplo, que la democracia permite y legitima que una sociedad pueda ser manipulada, retorcida y acomodada según el guión y el gusto del gobernante de turno, quien actuaría así como un director de escena.
Tras la Revolución perdida, se impone ahora la tergiversación como renovado instrumento de transformación. La nación, las instituciones, las leyes, la religión y las costumbres: todo puede agitarse, vaciarse de contenido y trastornarse. ¡Y no pasa nada! Cosa de magia: todo cambia y todo sigue igual.
El drama que tiene lugar en España parece adquirir así la forma de comedia bufa, de sainete. Zapatero, negado para los papeles épicos y de género mayor, pertenece al «género chico». El personaje que representa ni siquiera resulta apropiado para la tragedia grotesca o el esperpento. Da más el tipo para un papel lírico, entre cursi y afectado. Para el género ligero, en fin. En esto, quién se lo iba a decir, continúa la más castiza tradición española, readaptando y poniendo al día piezas tan populares como «Certamen nacional», «La peseta enferma», «La revoltosa», «La chacha, Rodríguez  y su padre», «La roja de la Dolores», «La zapaterita» o «La del manojo de rosas». Un divertido espectáculo, sin género de duda. Excepto cuando de la escena pasamos a la realidad, para presenciar una tragicomedia.



La presente columna fue publicada en el diario digital Factual.es (hoy desaparecido), con el título de «Zapatero y el género chico», el 12 de marzo de 2010. Ofrezco ahora una nueva versión de la misma con algunas correcciones de estilo.

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