Alfred Kazin, Un paseante en Nueva York, traducción de Juan Castilla Plaza, Barataria, Madrid, 2009, 192 páginas
Alfred Kazin (Brooklyn, 1915-Nueva York, 1998), hijo de judíos emigrantes procedentes de Rusia, estudió en el City College de Nueva York y en la Universidad de Columbia. Su vida profesional estuvo repartida entre las clases en Harvard y Berkeley, sus numerosos artículos para diferentes revistas, como The New York Review of Books, sus libros de crítica literaria y obras autobiográficas como Un paseante en Nueva York (1951). Se le asocia al denominado New York Intellectuals, que reunió en la década de 1930 a un grupo muy activo de escritores y críticos como Edmund Wilson, Sydney Hook o James T. Farrel. Mantuvo una larga amistad con la filósofa de origen alemán Hannah Arendt.
Tras cinco años de investigación en la sala de lectura de la Biblioteca Pública de Nueva York, escribió On Native Grounds, el primer estudio serio de la literatura americana de 1890 a 1940. Otra obras de Kazin son: Starting Out in the Thirties (1965), Bright Book of Life (1973), The Portable Blake (1976), New York Jew (1978), An American Procession (1984), A Writer’s America (1988), Writing Was Everything (1995), A Lifetime Burning in Every Moment (1996) y God and the American Writer (1997). En 1996 le concedieron el premio Truman Capote por su labor como crítico literario.
Libro a medio camino entre el género de memorias y la literatura de viajes, Un paseante en Nueva York de Alfred Kazan narra las andanzas de un adolescente (el propio autor) en el barrio de Brownsville, Brooklyn, Nueva York.
La época recreada nos traslada a los años treinta del siglo XX, periodo de depresión económica y crisis general, especialmente en este suburbio, tan cerca, pero, a la vez, tan lejos de Manhattan. Un momento difícil en el diario vivir y convivir de familias judías, en su mayor parte, procedentes de Rusia. Poblada por emigrados de la Madre Patria rusa en manos de los bolcheviques, en la barriada de Bronsville la atmósfera está también dominada por las ideas socialistas y comunistas. Otro motivo para estimular el ávido instinto de observación y la curiosidad del joven Kazin. En las calles de alrededor, residen los italoamericanos y un poco más lejos los negros, cuando todavía no eran «afroamericanos».
En este mundo cerrado, crece Kazin, quien desea extender la mirada y respirar más profundamente otros aires. La instrucción básica y la educación sentimental las toma de las calles. Las aceras y calzadas, los comercios y las viviendas de los vecinos, la sinagoga y los corrillos en las esquinas, son la escuela y los maestros de la biografía personal del personaje. Todo el manantial de sensaciones y de palabras que recibe, tiene todavía que comprenderlo y asimilarlo. Necesita más tiempo y más espacio. Pero los sentidos de este cadete de la calle no pierden detalle, deseando probarlo todo, conocerlo todo.
Siente frío y calor cuando el cambio en las estaciones y en el calendario marcan los nuevos ciclos vitales, y con ellos las conductas y costumbres de la familia y el vecindario. El apetito y la curiosidad son insaciables en un muchacho que, al principio del relato, no piensa más que en perritos calientes, pasteles y sirope. Pero, pronto, a medida que va creciendo, prende en él la llama y la llamada de «la ciudad». Partiendo del «bloque», el microcosmos de Bronsville, Kazin emprende un viaje iniciático al «más allá», la gran ciudad, la Gran Manzana a la que desea hincar el diente, Manhattan, Nueva York.
En metro, en autobús, caminando, el muchacho viaja ya a diario al otro lado del río. El sueño americano del joven Kazin está en «la ciudad». El pasado debe quedar atrás. «De hecho, no es que me fuese demasiado lejos, sólo quería salir de Bronsville.» (pág. 11). Bastantes años después, el autor, ya maduro, vuelve al barrio, al bloque, por medio del recuerdo, teniendo la impresión de no haberse marchado jamás.
Narraciones nuevas, pues, que cuentan la misma vieja historia de siempre: la odisea del héroe literario, el ir y venir por el mundo, el regreso al hogar, lo cual no es otra cosa que el viaje alrededor de uno mismo. También significa, como el tejer y destejer de Penélope, el eterno retorno de la existencia.
Joe Schwartz, 1930s Sutter Avenue, Brownsville, Brooklyn |
Alfred Kazin, en bastantes momentos de la narración, logra transmitir con acierto el aroma de la nostalgia y del tiempo perdido, una emanación combinada de memoria, galletas saladas y charlotte russe, un bizcocho relleno de crema, remedo de la magdalena proustiana. Con todo, el autor de Un paseante en Nueva York no llega a consumar la destreza narrativa y la fuerza comunicativa de Henry Roth, Philip Roth o E. L. Doctorow en situaciones parejas, por citar sólo tres escritores con los que Kazin comparte background y ámbito ciudadano.
Hay que destacar la cuidada edición de Barataria, el amable formato y el tipo de letra elegido, las fotografías neoyorquinas incluidas al final, la maquetación de los capítulos con dibujos separando los capítulos. En fin, un producto estéticamente más que aceptable.
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