La fuga utopista de la casa de la historia evoca el abandono del hogar que consuma el adolescente huidizo, ese joven que vive con pesadumbre la situación actual; con añoranza, la protectora infancia; y con preocupación, la próxima madurez, esa edad del hombre que adultera la pureza de los anhelos propios de la sana juventud. ¿No será que la utopía incita a los individuos a permanecer en una minoría de edad constante? ¿Podría entenderse la utopía como la versión adolescente de la política, caprichosa y rebelde como ella sola?
El espacio de la utopía no es menos desconcertante que la relación
mantenida con el tiempo. La utopía está en un topos uranós, que es lugar incierto, allende las estrellas. Lejos
de la república de Ucrania y de Etiopía, la utopía habita en el planeta Ucronía.
Estar sin estar, sin cuándo ni dónde, sin tierra firme donde asentarse,
la utopía levanta el vuelo y sueña con recorrer, como la paloma metafísica, el
vacio sin resistencias atmosféricas, con plena libertad de movimientos. Ajena a
la amenazas de la real contradicción, cabalga la utopía, inocente criatura,
tras un mundo por descubrir...
Para leer mi artículo completo en el último número de El Catoblepas: Utopía y creencia en el más allá
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