Tom Holland, Milenio. El fin del mundo y el origen del cristianismo, Planeta, Barcelona, 2010, 548 páginas
Tom Holland, nacido en una población próxima a Oxford (Reino Unido) en 1968, titulado en latín e inglés por el King’s College de Cambridge, es novelista e historiador, pero, sobre todo, un notable comunicador. Además de haber adaptado a Homero, Herodoto, Tucídides y Virgilio para la BBC Radio, ha demostrado ser un autor que controla hábilmente el momento y la circunstancia en la promoción de sus obras. El lanzamiento comercial de su primer estudio histórico, Rubicón: auge y caída de la república romana (2005), coincidió con la emisión de la celebrada serie televisiva Roma, producida por la BBC. Y, asimismo, Fuego persa. El primer imperio mundial y la batalla por Occidente (2007), su segundo ensayo, tuvo una especial difusión al compartir las situaciones ahí recreadas con el argumento de la película 300, centrado en la sangrienta batalla de las Termópilas.
Escritor preocupado por la épica, histórica y literaria, y, en particular, por el origen y destino de Occidente, no sorprende demasiado que haya sido seducido ahora por el asunto del «El fin del mundo y el origen del cristianismo», subtítulo en la edición española de Milenio (2010), último trabajo de Holland publicado hasta la fecha. Recién iniciado el tercer milenio, y cuando todavía está próximo en el recuerdo el revival Nostradamus, así como la ansiedad asociada al «efecto 2000» en nuestra actual sociedad informatizada, no resulta ocioso tampoco retroceder dos colosales peldaños para examinar cómo concluyó el primer milenio de nuestra civilización, el «Milenio» por antonomasia.
Fin del Milenio: ¿culminación o acabamiento del mundo? Este vencimiento de fechas en el calendario conmovió profundamente a nuestros antepasados. Al calor del fuego de espíritus atemorizados, prendió la llama del milenarismo, la angustia por el fin del mundo y el Juicio Final. El siglo V certificó la caída del Imperio romano en el área occidental, y, según mantiene gran parte de la interpretación histórica, hubo que esperar hasta el Renacimiento, la Reforma y la Ilustración para que Occidente asumiera la primera posición en el dominio global. Aunque tal vez tal acontecimiento ocurriese bastante antes. En el año 1000, el mundo no sólo no perece, sino que, tras el temido y no consumado Apocalipsis, la Cristiandad protagoniza un siglo —el XI— en el que vemos asentarse los cimientos de nuestro modo de vida.
He aquí, en efecto, el criterio que Tom Holland defiende a lo largo de las más de quinientas páginas de Milenio. La cronología de nuestro primer milenio es contabilizada en el libro desde año 33, fecha de la muerte y resurrección de Jesucristo, hasta el año 1099, cuando tiene lugar la toma de Jerusalén por los cruzados. En dicho intervalo de tiempo transcurre el relato de unos hechos cruciales, de invasiones y colapsos sociales, en el que surge la orden de la caballería y son erigidos los primeros castillos, y en el que, en suma, los califas, los vikingos y los abades se disputan el destino de la civilización.
La demarcación de fechas sostenida por Holland contiene un profundo sentido simbólico. Al margen de la disputa sobre cómputos y dataciones, cabría advertir al respecto una circunstancia notable hecha patente en la crónica que firma sobre milenios, presagios y renacimientos. Es esta: la anunciada destrucción del mundo, unida a su posterior y efectivo resurgimiento, conforma un hecho fenomenal que atestigua la reunión en un mismo destino de la mitología y la metafísica del eterno retorno griego con el imaginario religioso cristiano. En el «oráculo milenarista», vale decir, tanto la Antigüedad clásica como la Cristiandad renacen de sus cenizas, se acrisolan y perpetúan en el tiempo, cual Ave Fénix de una civilización milenaria que bastantes cabezas, alucinadas u hostiles, daban por perdida.
En nuestros días, otros milenaristas, cruzados de la paz verde, de la renovada y reactiva religión del ecologismo, sustituyen el culto a la Cruz por una devoción compartida, a medias con la Tierra, a medias con la Luna. Son quienes en el tercer milenio anuncian, con su particular retórica catastrofista, la última hora del planeta azul. Acaso, inflamados por las tesis calamitosas del calentamiento global y el cambio climático, no se den cuenta de que tras su sumarísimo juicio y su pregonado fin final una nueva era de esplendor esté por venir.
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