domingo, 12 de diciembre de 2010

DERECHOS A TODO RITMO

Una doctrina que viene destilándose en los últimos tiempos desde los cerros del poder, las cumbres del funcionariado y los altos comisionados de la cosa pública es la relativa a los derechos y su imparable expansión. Sostenida la cosa con gran ligereza y proclamada en público con voz engolada y mucha amplificación, da la impresión de contener algo muy serio, cuando en realidad supera en abstracción a la metafísica del ser y la nada.
Se diría que ya no caben sorpresas en este mundo maravilloso, en este país de las maravillas, pero de pronto hasta al más templado sufre palpitaciones. Está comprobado: allí donde pasa la intelectualidad progresista ya no vuelve a crecer la hierba del sano juicio. Sus comisarios y subcomisarios son fácilmente reconocibles porque ocupan mucho espacio y hacen gran ruido. De manera bastante maleducada no responden cuando se les llama por su verdadero nombre, y lanzan sobre los demás aquello que les molesta.
Componen la gran comedia del pensamiento único, reconocida sin esfuerzo porque, incansablemente, repiten en escena la misma pieza: se consideran a sí mismos la plasmación del único pensamiento con derecho a expresarse. No se conforman con tener toda la representación y quieren más, sin importarles en absoluto representarse en el fondo sólo a sí mismos. Declaran en favor de los derechos y su extensión ilimitada, pero los quieren todos para sí, o al menos gestionarlos.
Queda muy bien el manifestar de cara al patio de butacas eso de que cuantos más derechos se contemplen, mejor. También que la inflación de prerrogativas no perjudica a nadie porque nada cuesta y, al fin y a la postre, las disfrutan todos por igual. […] Con la nueva doctrina de los derechos sin límite ni control nadie se siente obligado a nada; todos toman lo que les parece y aquí paz y después gloria.


No suena mal la milonga. Lo que pasa es que es más falsa que un político en campaña electoral. Las lecciones de ética pública y de políticas públicas que expelen las universidades públicas (y privadas), los medios de comunicación mediopensionistas y los más diversos centros de estudios culturales avanzados (y progresistas) sobre la teoría sobre generaciones de derechos son pura propaganda, pero alimentan el discurso del poder, y de paso, aseguran su propio poder.
Ya he perdido la cuenta y no sé con seguridad a qué nivel de generación de derechos hemos llegado a día de hoy. Yo, que en estas cosas soy muy tradicional, me he quedado en los derechos liberales de primera generación, los derechos individuales de la persona, los de toda la vida, los que protegen las libertades individuales, las únicas que hay, el derecho de expresión, el derecho a la propiedad y esas cosas tan antiguas.
Y es que no es lo mismo defender derechos para todos (igualdad de oportunidades entre los humanos) que derechos para todo (igualitarismo y barra libre como vía de introducción de privilegios y discriminación particularista que acaben desnaturalizando y pervirtiendo el sentido noble de «derecho»).

Los que piensan que son los únicos con derecho a expresarse y ya lo tienen todo, esto no les parece bastante. Y en nombre de minorías que hasta el momento no se sentían tales, extienden los derechos en progresivas generaciones: derechos sociales, de la mujer, para el niño y la niña, de los minoristas, derechos históricos, regionales y locales, de colectivos surtidos, derechos territoriales, de los animales, de las plantas, y ya no sé que más. En la Comunidad de Madrid, por iniciativa socialista, se trajo a debate hace tiempo la causa de los árboles, que los pobres también tienen derechos, y alguien exigió sumar a la figura del Defensor del Menor, del Mayor, del Inmigrante y del Transeúnte, el figurón del Defensor del Árbol.
Que nadie se llame a error y que los árboles no nos impidan ver el bosque. La construcción magnífica y pomposa de un entramado de derechos sin límite es tan peligrosa como un ejercicio del poder sin límites.
Digámoslo de otra manera: la mano que muchas cosas intenta sostener, pocas asegura. Así, los denominados «derechos nacionales» de los territorios se imponen a costa de los derechos individuales, de la persona. Los llamados «derechos sociales» no significan sino una mayor política recaudatoria que todos pagamos y que sólo a unos cuantos beneficia. Si las lenguas tienen derechos, los hablantes se quedan sin ellos. Los igualitarismos rampantes y particularizantes crecen comenzando por aplastar el principio de igualdad de todos los individuos ante la ley. Y en este plan quinquenal estamos. Derechos de quinta generación…
Eleanor Roosevelt aguantando los Derechos del Hombre
¿Por qué en la Declaración Universal de Derechos del Hombre no pueden verse representadas algunas mujeres? ¿Por qué en la Constitución Española no se sienten reconocidos algunos catalanes, vascos o gallegos? ¿Por qué a determinados colectivos muy específicos no les basta con que brillen en el horizonte social los derechos fundamentales? Ah, muy sencillo, porque han hecho suya la «virtud cívica» que les permite instituirse solemnemente en minoría, y cobrar la correspondiente subvención. Minoría que vienes al mundo: si aún no te ha tocado en suerte alguna de las presentes generaciones de derechos, no tienes más que exigir la tuya y presionar hasta conseguirla. Y así vamos, derechitos al delirio sin fin, a todo ritmo.


El presente artículo fue publicado inicialmente como columna de Opinión en el diario Libertad Digital, con el título de «Derechos sin límite», el 10 de noviembre de 2005. Ofrezco aquí una versión nueva y más reducida del mismo.

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