Resulta a menudo tan ocioso como fútil insistir en la gravedad de lo que está pasando en estos momentos en la Nación española, llegados a un punto en que nuestro país puede llegar a dejar de ser muy pronto lo uno y lo otro. Mientras se celebra en el escenario la fenomenal tragicomedia nacional, gran parte del respetable público no entiende ni pilla la trama. A pesar de todo, unas veces aplaude por automatismo, y otras, bosteza de puro aburrimiento. Aunque lo que se escenifica es una gran farsa, el argumento que sirve de base es una cosa muy seria, al ser compuesto gran parte del mismo en secreto.
Mas ¿cómo convencer a quien no desea saber la verdad, porque la teme o le disgusta? ¿Cómo competir con la doctrina oficial implantada en esta sociedad nuestra, tan limitadita, según la cual lo que queda bien es poner buena cara al mal tiempo y cara de póquer ante un tripartito de ases con pinta de farol?
No me dirán ustedes si no es ridículo y lamentable intentar explicar las claves del asalto a la España democrática y del cambio de régimen sin garantías, que hoy tienen lugar entre nosotros, a un interlocutor que aparentemente nos escucha, mientras sonríe con condescendencia y se admira de la superioridad que supone no darle importancia a las cosas. Puede que hasta pretenda pasar por sabio estoico, sin saber con precisión de qué va eso. Lo estupendo en la España de última hora es pedir, como Siniestro Total, ante todo, mucha calma. Y con esto ya está dicho casi todo.
Aquí, ni la oposición política parece haberle tomado la medida a la operación de desahucio nacional que se está oficiando ante nuestras narices. Como en el hundimiento de una nave que por lo visto ya no va, algunos se toman la cosa en plan filosofía zen y con una copa de cava, para que no digan de uno que es un radical, un crispado y políticamente incorrecto. Tal vez por ello, el mesurado Mariano Rajoy repite incansablemente, solo ante el peligro, que lo que el actual Ejecutivo socialista está cocinando con sus pinches y compinches es nada más y nada menos que un «desaguisado», un «disparate». Cuando se pone firme, añade: y además, un «lío». […]
¿Es esto un lío? Tal y como están las cosas, será mejor no consultar a un experto de Derecho constitucional o a un catedrático de la Universidad para interpretar la amenaza. Pero este columnista inexperto se atreve a señalar que el asunto está más que claro; obscenamente claro, añadiría. Las apuestas están ahora en el Parlamento español quince a uno. Y a ese uno se le pretende borrar del mapa, como a Israel. Así las cosas, ¿quién apuesta a caballo perdedor, si además está hecho un lío y duda entre salir a ganar o salir corriendo?
El presente artículo fue publicado en primera edición, bajo el título de «El lío», como columna de Opinión en Libertad Digital, 8 de noviembre de 2005. Ofrezco ahora una versión reducida del mismo con algunas pequeñas variaciones. No me dirán ustedes que no resulta hoy penosamente actual.
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