martes, 28 de diciembre de 2010

LA SEGURIDAD DE SER VIENA (y 3)

 
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Ser y estar en el centro de Europa comporta un enorme compromiso para una ciudad (un bastión) que se encuentra en situación tan medular. Pero también para el resto de naciones que la circundan. La posición central invita quienes en ella se sitúan a mirar el horizonte con aires de vanidad y superioridad, lo que no evita cierta tendencia a vivir concentrado ni al ensimismamiento. Igual que ocurre en la plaza de un pueblo, que todos pasan por allí, en Viena, quedan muchas huellas de visitantes y antiguos residentes, que pasaron por aquí.
Viena ha heredado de los romanos baluartes defensivos (hoy ruinas a exhibir). También la afición por el vino. Rodeada de pueblos que rinden culto a la diosa cerveza, en Viena se brinda con vino. Cuentan las crónicas que Marcus Aurelius Probus, emperador romano entre 276 y 282, tomó la decisión de poblar las laderas del Wienerwald con los primeros viñedos que conoció la comarca, y que asegurarían para el futuro no sólo unas apreciables cosechas, sino, sobre todo, una cultura más vinculada a los usos de la uva que a los de la cebada. Una circunstancia que estas latitudes adopta la forma de distinguida demostración de civilización, en el sentido más estricto del término. Fue tal el buen gobierno de Probus respecto al arte de la cepa que ha pasado a la historia con el título de «Padre de la Chardonnay» más que por ejercer de Caesar Imperator.
 Son todavía muy populares en Austria los heuringen, una suerte de merenderos afincados en los mismos viñedos, y que tras la cosecha vitícola se transforman en pequeños e informales restaurantes donde sirven colaciones ligeras y se degustan los vinos nuevos, al son de la Schrammelmusik, interpretada por alegres orquestinas locales. En Viena, por tanto, no resulta prohibitivo económicamente, ni excepcional por costumbre, acompañar las comidas con una copa, jarra o botella de vino, según la resistencia etílica y las necesidades de los comensales.


Los turcos rondaron también por estos confines, más de una vez, y no con buenas intenciones. La presencia otomana dejó, sin embargo, otro de los legados más apreciados en el lugar: el consumo de café. Los vieneses han sentido, desde que lo probaron, un auténtico deleite por el café (infusión). Y por los cafés (establecimientos). En uno u otro sentido del término «café», el listado de variedades y tipos es fenomenal. Los numerosos cafés de Viena reúnen a propios y a extraños en torno a tres probados atributos de civilidad: café, tertulia y periódicos. De estos tres ingredientes propios de los templos vieneses de la negra infusión hay que hablar en plural, porque en la carta de estos establecimientos las especialidades pueden ocupar varias columnas, desde el café solo (Kleiner Schwarzer) hasta los más exóticos, acompañados y… sociables cafés. En cuanto a lo segundo, las tertulias, cada local posee una particular clientela, círculos de debate especializados y una atmósfera sin par. Y por lo que toca, en fin, a la prensa, en los locales más señeros, aún cuelgan los periódicos de garfios (como los jamones en los mesones españoles) en los correspondientes distribuidores sobre rieles.
¿Tomamos un café? El Café Central no puede tener nombre más indicado aquí, en el corazón del antiguo Imperio Austrohúngaro. Se trata de un bello edificio en la Herrengasse que ha convocado durante décadas lo más granado de la intelectualidad vienesa. Stefan Zweig, sin ir más lejos lo frecuentaba a menudo.
El Café Griensteidl, en plena Michaelerplatz, fue durante años centro de reunión de grandes escritores, entre otros, Hermann Bahr, Arthur Schnitzler y Hugo von Hofmannsthal. En la actualidad, aun ocupando una de las zonas más turísticas de la ciudad (tiene delante nada menos que el Palacio Imperial), conserva una atmósfera interior tranquila y un público habitual, mayoritariamente vienés. Una tarde en que ordené al camarero un humeante Einspänner (café negro con crema batida), sentado en una mesa junto a una ventana del local, observaba yo el tráfago de viandantes y de paquetes turísticos (o turistas con paquetes). Algunos miraban, alzando la cabeza por encima de los visillos, hacia los ventanales del local sin detenerse, siguiendo su camino, una ruta plenamente definida en el programa de la jornada por el guía de turno. Mientras sorbía el café y observaba el trajín exterior, comprendí de repente que allí me encontraba en lugar seguro. Veamos otros.
El Café Museum, en la Friedrichstrasse, cerca del pabellón de la Sezession, es frecuentado hoy por estudiantes. Pero en los años dorados de principios de siglo llegó a erigirse en el tabernáculo pagano de los miembros de la Jugendstil. La decoración del recinto, bastante modificada en la actualidad, lleva la firma de Adolf Loos. El estilo austero y escueto de la estructura original supuso por entonces un verdadero manifiesto intelectual. Al lado del Burgteather, próximo a la Universidad, se encuentra el Café Landtmann, muy selecto, territorio predilecto de políticos y periodistas. Y, en fin, hay otros sitios reseñables, como el Café Prückel, en Stubenring, o el Café Schottenring, en el bulevar del mismo nombre, que todavía hoy conservan la ambientación de los años cincuenta, con un público muy variado.
En la época de su mayor vitalidad y lustre, Viena 1900, los cafés, sin desatender su función de restauración y recreo, hacían las veces de animados quioscos y actualizadas hemerotecas, los primeros lugares en distribuirse diariamente los periódicos nacionales y extranjeros. Los diarios empapelaban literalmente las paredes de los locales, colgando de perchas y apilados en estantes, pasando velozmente de mano en mano entre la clientela, quienes discutían sobre la información contendida en ellos con gran pasión.
Aun habiendo compartido durante siglos una misma casa imperial, los Habsburgo, Viena conserva de España y de lo español un recuerdo muy frío y muy vago. Un ejemplo de lo que digo queda patente en el sentido de la expresión coloquial vienesa, todavía en uso, «das kommt mir Spanish vor», que podría traducirse como «me suena a español», de modo similar a como los españoles, para querer indicar que no entendemos ni una palabra de lo que se nos dice, decimos que aquello «nos suena a chino». A pesar de todo, la cría de caballos de pura sangre y el arte ecuestre, destreza tomada de España, se practica hoy en la «Escuela de Equitación Española» (Spanische Reitschule), para gran admiración de lugareños y visitantes, de todos aquellos propensos a emocionarse ante las cabriolas y brincos que llevan a cabo los equinos de raza.

¿Más influencias o legados de Viena? Beethoven o Brahms provenían de Alemania. El goulash, de Hungría; Rilke, de Praga; Canetti, de Bulgaria. Del contacto con las regiones italianas se conserva hoy, en especie y nunca al vacío, la debilidad culinaria por los ristorantes y las pizzerías, que materialmente invaden Viena, tal vez en respuesta gastronómica a los tiempos en que fue el imperio austro-húngaro el que ocupaba el norte de Italia. Pero, ¿para qué abundar con más ejemplos? Aquello que, principalmente, fecundó Viena fue, y sigue siéndolo, su capacidad de integración y aceptación de lo múltiple, pero, siempre, manteniendo lo uno y propio, el seguro de mismidad.

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Viena es, por encima de todo, una ciudad fiel a sí misma, imperturbable, poco apasionada, temerosa de cambiar la faz y la fe, las apariencias y las creencias, aprensiva a las revoluciones de cualquier tipo, muy meticulosa con el patrimonio nacional. En mi opinión, semejante ejercicio de lealtad le ha hecho mucho bien a Viena. En el momento presente, puede estar segura de ser la misma Viena de hace siglos. Puesta al día, pero, sin desnaturalizarse. La Viena de siempre.
Hoy como ayer, los coches de caballos (Fiaker) recorren pausadamente las calles y paseos de Viena; el Danubio sigue su curso, menos azulado que antaño; la Rueda de la Fortuna no cesa de girar en el Prater, irradiando buena suerte a una ciudad que no gusta de apostar ni de arriesgarse. Cada 11 de noviembre, tras la vendimia, los cosechadores continúan citándose en los heuringen para catar el vino nuevo. Los más refinados y elegantes, acuden cada 1 de enero a escuchar y acompañar rítmicamente con las palmas de las manos las notas musicales de la marcha Radetzky, en el concierto de Año Nuevo. ¿Cuál es el mayor anhelo de Viena? Que el mundo de hoy siga siendo como el mundo de ayer.
La ciudad de Viena perdura más que subsiste, porque hasta en los momentos de carencias esta vieja dama no ha perdido la belleza, la elegancia ni la compostura. El casco antiguo todavía conserva la vieja armonía y la larga sombra de la gloria pasada. Una atmósfera de quietud aún relaja y conforta aquí el espíritu. Bien está. Con creces se ha ganado la paz que ahora puede disfrutar. La Viena moderna del Ring, por su parte, soporta sin grandes sobresaltos la concentración de estilos distintos que han ido recubriendo el adoquinado suelo patrio, algo que no puede decirse de la mayoría de ciudades europeas.
Como resultado de los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, Viena quedó seriamente dañada, pero aquí la reconstrucción se llevó a término con celeridad, con exquisita pulcritud y respeto hacia lo que fue. Al reedificarse y restaurarse, Viena se rehizo también anímicamente. Igual que aconteció tras la anterior contienda bélica del 14, Viena experimentó a partir de 1945 una similar sensación de sosiego que aminoró el efecto de la derrota. Sucede que cuando Austria pelea, no lo hace para ganar sino para perdurar. He aquí la apostura característica de los espíritus nobles y aristocráticos de siempre, de una nobleza que obliga por sentida y por inmemorial, de unas tradiciones que por antiguas que sean, jamás envejecen. Para estos espíritus ilustres, de sangre y de Danubio azul, es el mundo el que envejece a su alrededor. O el que cambia aceleradamente. ¡Qué más da!
Viena ha experimentado en cuerpo y alma, más de una vez, la triste sensación de ver cómo todo cambiaba en torno suyo y cómo el rumbo de la historia le obligaba a tener que cambiar a su vez, que adaptarse a las circunstancias. Porque no le quedaba otro remedio, Viena ha acabado convenciéndose de una firme evidencia que se impone incluso en los corazones más conservadores y discretos: es necesario que todo cambie para que todo siga igual.   

Verano de 1999

PS. De lo que también puede estar segura Viena es de su inmejorable calidad de vida. Según el informe «Quality of Living worldwide city rankings 2010 – Mercer surve», Viena ocupa el primer lugar. ¡Enhorabuena! ¡Qué lindo haber estado en Viena para poderlo contar!

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