Hoy, 6 de diciembre, conmemoramos en España el Día de la Constitución. No estoy seguro, sin embargo, de que tengamos motivos para la celebración. España se encuentra desde el pasado fin de semana en Estado de Alarma, declarado por el Gobierno socialista, en un súbito golpe de efecto, cuando gran parte de la población iniciaba un largo puente hacia… ninguna parte.
Las carreteras están colapsadas, las carteras esquilmadas, los bolsillos depauperados, el país arruinado. Millones de personas miran al cielo: unos, rogando para que no llueva y no se les agüe la escapada a la sierra o la playa; otros, atrapados en las terminales aeroportuarias, por ver si lo que se aproxima es un pájaro de mal agüero o, finalmente, el avión que les sacará del aprieto para embarcar hacia otras apreturas. Algunos, en el más acá, desafían al Todopoderoso, plantándole cara: ¡a ver quién manda aquí! Otros, en el más allá, confían en que, después de todo, Dios proveerá.
España: al final de la escapada. Perfecta metáfora, me temo, de lo que está sucediendo en nuestro país.
La crisis en los aeropuertos españoles, en principio, se ha resuelto por medio de la militarización del personal laboral —civil, ni siquiera con rango de funcionario, aún—, responsable de la navegación aérea, y amotinado en la noche del pasado viernes. La mayoría de medios de comunicación habla ya de vuelta a la normalidad. Gran parte de la población respira aliviada, impresionada por el coraje del Ejecutivo socialista. ¿Será respeto o será miedo? Desde las altas esferas ejecutivas, hablan ahora de alargar el Estado de Alarma varios meses más. ¿Por qué no indefinidamente? Al menos, sabríamos a qué atenernos.
En España, vivimos en estado de excepción de facto desde hace más de seis años. En una nación en quiebra institucional, económica, política, social y moral, ha tenido que ocurrir un episodio de conflicto laboral (AENA/Ministerio de Fomento/Gobierno con los controladores aéreos y su entramado sindical) para declarar un Estado de Alarma, de dudosa constitucionalidad, por vez primera en nuesta extraña democracia. Hoy, Día de la Constitución, ¿qué hay, entonces, que celebrar?
Huelgas salvajes han habido en España recientemente. Y no pocas. En el Metro de Madrid, sin ir más lejos. También una Huelga General. Pero tales hechos no fueron «conflictos», sino «movilizaciones», acciones convocadas por sindicatos de clase que tratan con «cariño» al Presidente del Gobierno socialista. Los controladores aéreos son otra cosa… Unos privilegiados y unos ricos. Un sector con gran poder en sus manos, como acaba de comprobarse una vez más. Un colectivo, en un lugar estratégico, que no obedece al Gobierno ni le guarda «cariño». He aquí el problema: clan sindical contra secta política. ¡A ver uno con quién se queda!
El pasado viernes de dolores de gobierno, el Consejo de Ministros da a luz, entre otras medidas excepcionales, una normativa en aras a privatizar parcialmente la gestión de los aeropuertos españoles. Había, pues, que elegir el momento idóneo y dejar la vía libre, las pistas de despegue y aterrizaje despejadas para quien tenga que llegar, sin personal conflictivo a los mandos: personal no controlado en la torre de control. Sin un gremio que se ha ganado con razón la animadversión de la gente.
Enemigo, por vocación intervencionista, de cualquier tipo de liberalización, al Gobierno socialista se le notan las malas maneras en su proceder. Aquí no hay excepción: cuando la libertad gana terreno en la sociedad, al socialista se le hincha la vena totalitaria. También cuando teme perder las elecciones, y quedar fuera del poder.
Entre dolores, el Gobierno socialista ha conocido asimismo el resultado caliente de una encuesta demoscópica (¡por medio del diario El País!), según la cual el Partido Popular le lleva una ventaja de casi 19 puntos en intención de voto. ¡Alarma general, en Moncloa y en Ferraz! Motivos para actuar. El todopoderoso superministro Rubalcaba —presidente in pectore, sombrío más que a la sombra— y el PSOE, han demostrado saber gestionar con suma habilidad otras crisis, como éstas y todavía más graves, saliendo, habitualmente, airosos. Rubalcaba amenaza: «Quien echa un pulso al Estado, pierde». ¿Quiere decir al Estado, realmente, o ya habla como el Rey Sol?
Tras la tormenta, el poder proclama la plena normalidad porque ha salido el sol. En España, «normalidad» significa que los socialistas están en el Gobierno. Pero, para algunos españoles sigue la duda de si sólo gestionan y rentabilizan las crisis o si también, de alguna manera, las estimulan.
¡Que no cunda el pánico! En España, bajo el Estado de Alarma, no parece haber alarma social.
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